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El ayuntamiento de Gijón no canta zarzuela

La relación de la Política con la Cultura es un terreno minado de bombas. Las instituciones siguen viendo la acción cultural como un ámbito de rentabilidad electoral y muy pocas veces como terreno de desarrollo estratégico de los ciudadanos a los que afirman servir. Para la cultura, por otro lado, la política ha sido, y sigue siendo no pocas veces, el horizonte económico en el que busca su seguridad gracias a la financiación pública. Mal.

Una de esas polémicas minas ha estallado una vez más, y de modo escandaloso, con el nuevo ayuntamiento de Gijón. Nada más tomar posesión, la nueva corporación “popular” ha decidido suprimir su aportación –humilde, por otro lado- para el Concurso Internacional de Zarzuela que caminaba hacia su segunda edición tras una primera de éxito. Es de por sí mezquino reducir presupuestos con los más débiles y necesitados; pero  es, sobre todo, que los argumentos empleados son revanchistas y barriobajeros. Basados en acusaciones de partidismo por parte de un equipo de gobierno que quiere hacer tabula rasa con la acción de la anterior corporación.

La Fundación Ana María Iriarte, dedicada a promocionar la lírica y en particular la zarzuela, es la impulsora del concurso y la financiadora privada de la mayor parte de su presupuesto. Encabezada por una de nuestras cantantes históricas, ha visto cómo por vía postal y sin previo aviso, se cercenaba uno de los poquísimos espacios de promoción de la zarzuela en España.

Salvar la cultura del debate político pequeño, y llevarla a las cimas de acuerdos estratégicos de los grandes partidos; convertir la cultura en más ámbito de desarrollo ciudadano y menos espacio de exhibición de poder; hacer de nuestra cultura, asentada en el segundo idioma más importante del mundo, una herramienta de primera magnitud en la acción exterior…

Y, por favor, olvidarse de las querellas, pequeñas venganzas, y míseras utilizaciones.  Y si algún proyecto existente no se acomoda a las líneas de los nuevos equipos políticos, debe ser tratado con elegancia, con altura de miras, con dignidad, con educación. Incluso para dejar de apoyarlo.

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Gritos, mugidos y susurros

Me resulta sorprendente la noticia: “Francia declara los toros patrimonio cultural inmaterial”, siguiendo para ello los criterios definidos por la UNESCO. Bueno, lo sorprendente en sí no es la información: sé que en el sur de Francia la tradición taurina, aunque reciente, es extraordinariamente fuerte y sólida; lo curioso es contrastarla con la reciente prohibición de las corridas de toros en Cataluña, que se hará efectiva a comienzos del año próximo.

¿Cómo la misma tradición es objeto de elevación a la categoría de patrimonio cultural y de prohibición al mismo tiempo, y con una diferencia espacial tan inmaterial como una frontera en la Europa actual? Mucho me temo que ni una ni otra abordan con mesura la cuestión taurina en el siglo XXI. Sigo pensando que las expresiones de cultura antropológica, esas que reflejan el pasado y el devenir de los pueblos, deben subsistir en la medida en que dispongan de gentes que les den vida, sean procesiones –incluidas las de Filipinas-, “picaos”, caza del zorro o corridas de toros. Es la propia evolución de las sociedades y los pueblos los que mantienen la identificación ancestral con determinadas prácticas culturales o las suprimen avergonzadas.

Lo que siempre he tenido meridianamente claro es que el camino nunca es la prohibición. Los cambios culturales apoyados exclusivamente en medidas legales prohibicionistas, no son perdurables y sobre todo, generan heridas de difícil cicatrización. Hay gentes que en la discusión y el debate aman el ruido, el grito el empujón. Admiro a quienes aman el comedimiento, el sosiego y el susurro.

Al igual que los problemas mal resueltos, este de los toros retornará.

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Pepito Grillo y La Noche En Blanco. II

Un año más se cumplen los pronósticos: cientos de miles de personas toman de anochecida las calles de Madrid y deambulan entre ofertas entretenidas de juego y disfrute colectivo en que este año se ha convertido el evento de La Noche en Blanco. El clamor más claro de todos los que nacen de este ¿éxito? es que los madrileños quieren más calles libres de tráfico para pasear, quieren gozar y hacer cosas diferentes aunque no sean culturales, quieren ser ciudadanos y sentir la ciudad como suya.  El clamor también alcanza a los problemas seculares en una oferta tan incontrolable y mal calculada de entretenimiento (con la coartada de “cultural”): colas desmesuradas por doquier y graves problemas de transporte.

Con el anterior post, supongo que intuían que Las Noches en Blanco no desatan mis pasiones culturales más recónditas, la verdad. Las de fiesta sí, claro, pero seguramente nadie espera que hable de eso; y al menos este blog me permite explicar los porqués de mi distancia frente al evento de marras.

Quizás lo que más me subleva es el paraguas cultural de LNEB. Quítenselo, por favor, y déjenlo en el de entretenimiento, que no está nada, pero que nada mal. Y no empleen los datos cuantitativos para reafirmar una política cultural inexistente que hace de la excepcionalidad, de la ocasionalidad, una muestra de triunfo y una seña de identidad. Cuando en realidad es la expresión más palmaria del fracaso de las políticas de promoción de la cultura. Porque concitar entusiasmos por visitar museos, academias, exposiciones…, una vez al año no tiene mérito alguno: basta con concentrar esfuerzos comunicativos y publicitarios para conseguirlos.

Prometo volver sobre el tema. Tal vez está demasiado cerca para valorarlo con plenitud. Pero el Ayuntamiento de Madrid, y otros muchos con él, deberían sacar una lección para aplicarla más a menudo: cierren las calles al menos una vez a la semana para que los ciudadanos las tomen, para que organicen en ellas su disfrute, para que las hagan suyas. Y que a los museos, por favor, vayan otros días… hay tantos (días) y tan buenos (museos).

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La Noche En Blanco y Pinocchio. I

Adoro la noche, bueno, adoro pasar la noche en blanco, qué digo la noche, las noches. Por eso soy un entusiasta defensor de LENB que organiza el Ayuntamiento de Madrid. Y por eso una sola noche en blanco me parece poco. Todas las noches deberían ser en blanco.

Disfruto cada minuto del nunca antes visto, del más difícil todavía (este año juegos en la Gran Vía, yupiiii), de las colas en donde armados de coca-cola esperamos y hacemos relaciones con gentes amantes de la ópera y el impresionismo alemán. Gozo como infante caramelizado al entrar en el Museo Naval de noche y pasear y pasear por el centro de la ciudad sintiendo que el mundo es diferente, que todos amamos el arte, la poesía, la danza, el teatro y la arqueología medieval.

Disfruto de la inmensa oferta -212- y dudo en cada paso de hacia dónde dar el siguiente. Oteo el horizonte de colas de perdidos noctámbulos que como yo aman con modernidad y alevosía la cultura y me inclino –débil como soy- por la más corta, en la que menos competencia hay en este parque temático a la luz de la tenue luna nueva septembrina. Pero nada me arredra. ¡Viva LNEB!

Disfruten de ella este fin de semana.

¡Ah!, y les hablaré un poco más en serio de ello el post del lunes próximo.

Otro ¡Ah!: recuerden que todos los post anteriores colean como peces en el agua.

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¡Que vienen los festivales!

Los festivales de verano son la cara feliz de la cultura y el arte en España. La música y el teatro disfrutan en algunos casos de apasionados amores de las instituciones y del público de los que no gozan el resto del año. Las instituciones concentran en un corto periodo de tiempo inversiones y promoción, a menudo expresando con ello su desatención estable a la acción cultural. Aprovechan, también, para con ese esfuerzo “salir” en los medios.Los públicos, que suelen acudir poco durante el año, ven en esta fórmula la oportunidad de resarcirse e incluso de ver grandes nombres, y hasta de viajar o hacer turismo.

En realidad la alta densidad de festivales es muestra de que el resto del año no hay la suficiente oferta, ni la suficiente demanda. Por decirlo de otro modo: los festivales, tal y como son concebidos en nuestro país, son la expresión de una cierta adolescencia cultural. El triunfo del ruido y la alharaca frente a la acción cultural de largo recorrido. Las plantas, las flores no crecen bien con el riego ocasional, porque requieren mimo y cuidados constantes. Y la cultura es una frágil y bella flor.

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