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¡Tachán, tacháaaaannnn! Maestros Yoda hacernos debemos

Maestros Yoda hacernos debemos

Sí, el IVA para la compra de arte al 10% el Gobierno rebajado ha. Fiscal beneficio que disfrutarán esos millones de personas para los que las paredes de sus casas adornar con pinturas o esculturas de autor una imperiosa necesidad es. De hecho, si alguien a alguien conoce que comprado ha un cuadro a alguien en el último mes, seguramente pertenecer debe todavía a “la” clase social. En fin, el resto de los culturales sectores de este país felicitar queremos a galeristas, creadores y marchantes, y compradores, a las puertas de ARCO. También a valencianos falleros.

Por lo demás, la cultura, ese impreciso e inefable bien, que las instituciones públicas promover deben por constitucional mandato, disfrutando seguirá de ese especial tratamiento fiscal del 21% que en convertirlo en un objeto de lujo consiste. Bravo gritamos (Maestro Yoda dixit).

La verdad es que el hambre el ingenio aguza, aunque sin duda vivir hace en peores condiciones. Poco o nada ganar, la supervivencia estimula como una zanahoria a un burro, pero la hipoteca no paga, ni el supermercado, ni los sociales seguros. Por toda España, como otoñales hongos, nuevos culturales espacios en recónditos e impensables lugares surgen; nuevos creativos proyectos cargados de más talento que de regalos los Magos nacen; lo que ningún gobierno conseguirá jamás apagar por mucho que se empeñe, prolifera: la creatividad, el talento, el deseo de al mundo a través del arte aportar.

Pero no es de eso de lo que tratar quería. Sino del metalenguaje empleado por esta gente que nos gobierna. Al años tardar en encarcelar a los delincuentes de cuello blanco o a los inmobiliarios y especuladores sin ley, o a los antibéticos, perlímperlambréticos corruptos abogados; al jamás conseguir que un ladrón barcénico, expresidente de la CEOE, consorteprincipesco, o mandamás de una caja de ahorros lo a todos  robado devuelva; al la devolución no exigir del crédito a la banca española –para que sus vergüenzas hipotecarias tape- por valor de miles de millones de euros, que pagando con sangre y lágrimas TODOS estamos… Y, al mismo tiempo, al de impuestos cargar una actividad que el músculo bello y apolíneo del país muestra -la cultura, por millones de personas disfrutada-, lo que en realidad diciendo están es lo que verdaderamente una cosa y la otra les importan.

Por eso, enormemente me alegra  –bueno, un poco exagero: me alegro, simplemente- de que la pintura y las fallas el IVA del 10% tengan (superior en todo caso al del inicio de este viaje, eh), pero profundamente me irrita el paleto desprecio por la cultura, y por su económica relevancia, que un impuesto tan elevado mantener supone.

No sé qué impuesto pagar debemos quienes al teatro vamos, discos o películas compramos…  Mi principal conclusión de la fiscal política por el gobierno marcada es que, al igual que en la leyenda que en el bosque de Sherwood se desarrollaba, a los humildes en España robar barato, casi gratuito, sale, y que coto poner a los desmanes de los ladrones tremendamente difícil es, si estos mismos poderes hacerlo deben.

Los pies pararles, difícil, no imposible es. De nosotros depende. ¿Maestros Yoda tal vez hacernos debemos? La Fuerza nos acompañará.

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Leyes imprescindibles para 2013 (no previstas)

 

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El nuevo año, 2013, debería traer nuevas leyes imprescindibles para airear la democracia y la cultura. Aquí van unas propuestas.

Ley de Servicios Públicos: que sancione en la práctica el compromiso total del Estado y las instituciones con los servicios públicos. Una ley que, atendiendo a la necesaria eficiencia en los servicios públicos -cultura, sanidad, educación…-, reconozca y arbitre la gestión privada de algunos de sus ámbitos, pero excluya de ella a las empresas con ánimo de lucro. O, en su defecto, una ley que imponga severísimos controles que disuadan a cuantos empresarios quieran hacer negocio desmedido con la salud, la educación o la cultura.

Ley de Transparencia en la Gestión: que establezca obligaciones indeclinables en la gestión pública de presentar cuentas claras, procesos de selección y contratación transparentes, impida amiguismos, corruptelas, y establezca duras responsabilidades concretas si esas obligaciones no se cumplen.

Ley de la Cultura: que establezca la importancia estratégica de la Cultura y las artes para este país y para el devenir de su sociedad, su valor esencial como materia articuladora de identidad e impulso económico, y que establezca medidas específicas para su desarrollo, y el de su tejido organizativo (museos, compañías, empresas, orquestas, teatros…) cada vez más autónomo de los poderes políticos y más vinculado y controlado por los ciudadanos.

Ley de Responsabilidades Políticas, que estipule las obligaciones y las responsabilidades de los políticos más allá de su cargo, para disuadir a cuantos consideran que la actividad política es un coto de negocio y de poder del que no han de responder ante los ciudadanos aunque dejen las finanzas públicas en bancarrota o las empleen a su servicio y al de los suyos. Una ley que impida que la mala gestión quede impune. Una parte de esta ley debería fijar incompatibilidades tan duras que hicieran muy poco deseable a los arribistas hacer política. En algún punto de la redacción de esta ley debería acogerse como modélica e inspiradora la frase del Rey: ¡Lo siento. Me he equivocado. No volverá a ocurrir!

Ley de Responsabilidades Empresariales que impida que banqueros ladrones y empresarios de la construcción sinvergüenzas, mantengan sus  beneficios –en forma de yates, dinero, propiedades o puestos directivos- cuando han sido responsables ciertos del desempleo y la miseria de millones de personas, y el empobrecimiento de un país.

Y una última ley, esta simplemente desiderativa: Ley de Solidaridad y Compasión frente al sálvese quien pueda, que promueva el valor de los ciudadanos que apoyan a otros, que exalte a cuantos se compadecen de quienes sufren y hacen algo concreto en su favor. Una ley que publicite como un mal obtener beneficios del perjuicio a terceros. Una ley que convierta ante los otros en buenos a los buenos y difunda como perversa la imagen de los malos. Una ley que entiendan los niños.

 

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Líneas rojas en Cultura. 2. O la Cultura no es lastre.

Ya sé que defender hoy que la Cultura no debe ver reducida su posición en la política del Estado y en los presupuestos que las instituciones públicas le dedican, es poco correcto políticamente. Hoy, lo que ha conseguido la chatísima estrategia psicológica de reajuste –sin inversión- a lo Merkel es que pongamos la mano gustosamente para que nos la corten. O que consideremos la cultura como lastre a echar por la borda. Estoy viendo las sonrisas de los banqueros, especuladores y sinvergüenzas que la han provocado y a los que su penosa hazaña les va a salir “de gratis”, como dice un amigo mío de Vallecas.

Pues no, en Cultura –y en otras áreas- hay que decir que no. Que la Cultura cohesiona a la sociedad, integra las diferencias, reduce las barreras, hace patria, o estado o ciudadanía. Que no es lo mismo una sociedad que dispone de acceso a la cultura que otra a la que se le reduce o se le niega. La Cultura, además, tiene un relevante peso económico y productico, más y más creciente.

Lo he dicho en muchos post anteriores, ESPAÑA ES CULTURA. Somos percibidos por ella. Es su marca. Quiero decir que si tiene un lugar diferencial en el mundo, ese lugar tiene que ver con la cultura: la lengua, el patrimonio, la literatura, el arte… Y, extensamente, la gastronomía, el ocio, el sol y las bellas y diversas costumbres que nos unen (por cierto, toros y flamenco incluidos). Todo ello configura nuestra peculiar fortaleza en un mundo competitivo en el que es imprescindible diferenciarse  y reforzar aquello en que somos mejores. Así que, líneas rojas en cultura. ¿Cuáles? Ahí van algunas.

La primera,  la acción cultural exterior, es decir, nuestra presencia cultural en el mundo, con su buque insignia, el Instituto Cervantes. Disponer de la segunda lengua de relación del mundo es un capital de inapreciable valor que es obligatorio impulsar, en el que es imprescindible invertir más. No solamente es preciso no reducir presupuestos para todo cuanto impulse la presencia de la cultura y la lengua en el mundo; es necesario incrementar notablemente las partidas dedicadas a esa estratégica tarea.

La segunda, el patrimonio –pictórico y museístico, histórico…– que figura entre los más valiosos del mundo y que genera riqueza (dinero, puestos de trabajo, posicionamiento en el mundo…), fruto principalmente del turismo que lo aprecia y que nos visita para conocer la cultura y tradiciones –entendidas ampliamente- de nuestro país. No vale no tocarlo: hay que apoyarlo con dinero y leyes que permitan su proyección, su mejor puesta en valor.

La tercera, la creación y la exhibición de arte. El estado no debe reducir ni un milímetro el espacio –y el dinero, la dedicación, la atención- dedicado al cine, al teatro, a la música… Todas esas artes tienen su territorio autónomo comercial en el que una parte puede y debe sobrevivir de sus propios públicos y patrocinadores, pero la innovación artística, la creación más arriesgada, la danza, el circo, el teatro para niños…, requiere en estos momentos la decidida entrega de las instituciones a la tarea de salvaguardarlo. El estado como garante de la innovación en tiempos de dificultad.

La cuarta, -y termino, que si pones muchas líneas rojas algunos políticos pueden pensar que es demasiada la tarea y que es mejor pisar raya- la defensa de la extensa red de centros públicos que en la mayor parte de ciudades y pueblos garantizan el acceso social a la cultura básica, incluidas bibliotecas. La red, construida y desarrollada a lo largo de casi treinta años, debe mantenerse íntegramente al servicio plural de los ciudadanos. Y al margen de que se opte por una fórmula de gestión en la que intervenga la iniciativa privada.

Con éstas, me conformo. Pido perdón por el tamaño de este post y prometo abreviar en el futuro.

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Líneas rojas. 1

Me gusta la carga semántica de la expresión “líneas rojas”, como frontera de lo que no se debe en ningún caso hacer. Ya, ya, yo también hubiera preferido empezar el año hablando de otras cosas, por que lo de líneas rojas, da como mal rollito. Pero manda este nuevo año que viene mal encarado.

Bien, estamos en tiempos en que alguna línea roja hay que poner, porque si no es así se corre el riesgo de que en estos tiempos de reajuste –en realidad de abaratamiento de costes- pueda suprimirse cualquier mejora que la sociedad ha logrado en estas tres últimas décadas. Me sorprende, por ejemplo, que no existan líneas rojas en sanidad, educación o investigación, y que, por lo tanto, se estén reduciendo drásticamente los presupuestos destinados a la salud, a la formación y a la investigación/innovación, vía reducción, vía privatización, vía despidos. La perspicacia estratégica de nuestros dirigentes es tan tan escasa, que no se dan cuenta -o prefieren no hacerlo- de que des-invertir en algunos aspectos que tienen que ver con la cohesión social, la formación de las futuras generaciones de españoles, o la innovación estratégica y por tanto la competitividad, es el suicidio político y muestra de ceguera absoluta.

Menos rotondas innecesarias, por favor, menos aeropuertos de usar y cerrar, menos altos cargos, menos autovías y autopistas de peaje superfluas, menos tanques… Si me apuran mucho aceptaría hasta una reforma laboral -coyuntural- con contratos de bajo perfil siempre que ello acarreara sacar a la superficie ese 25% de economía sumergida que lastra a nuestro país. Seguramente en unos años buenos que vengan podremos reducir el retraso en esas partidas. Pero el retraso producido en sanidad, educación, cultura  y en investigación, tardará décadas en poder recuperarse. Líneas rojas, pues, en esas áreas.

El próximo post irá sobre cuáles son –en mi opinión- las líneas rojas en cultura.

Hasta entonces.

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¿Abaratar o invertir en fracaso? A propósito de las “privatizaciones"

La situación lo acelera todo: Mariano Rajoy actúa ya de presidente de gobierno sin siquiera haberse reunido las Cortes generales. Ver para creer. La parte buena es que como la situación lo exige, da gusto verle trabajar aunque les cuente a otros y fuera lo que no nos contó a nosotros en casa.

Pero a lo nuestro, a la cultura. Releo el programa electoral del Partido Popular y dado que todo él rezuma el aroma de la ausencia de compromiso y de la inconcreción, encuentro muchos aspectos en los que exigir medidas y aclaraciones urgentes. Hoy me quedo con la necesidad imperiosa de llenar de carne el décimo punto, que reza así: “Diseñaremos, en colaboración con la iniciativa privada, políticas realistas y efectivas que garanticen la sostenibilidad de los numerosos equipamientos culturales distribuidos por toda la geografía nacional.” Si no entiendo mal, quiere decir que procederán a privatizar la gestión de teatros, auditorios y centros culturales. Soy de quienes piensa que la sociedad civil –asociaciones, ciudadanos, empresas…- ha de entrar en la gestión de lo público para democratizarla y abrirla a la sociedad, pero con la misma vehemencia defiendo que su entrada no debe estar al servicio exclusivo de abaratar costes, sino de mejorar la gestión y hacerla más satisfactoria para los públicos. Y sobre que ese sea el objetivo del PP –o del PSOE, cuidado- ya tengo muchas más dudas. Desfuncionarizar y reducir presupuestos puede aligerar el déficit de las instituciones, pero si a cambio se empobrecen los servicios y la calidad habremos hecho un flaquísimo servicio a la tarea constitucional de promover la cultura, que no es otra cosa que promover mejores ciudadanos. Abaratar, simplemente, es una de las mejores maneras de invertir en fracaso.

Por eso es el momento de recordar el tratamiento que la Constitución da a la cultura, y de pedir al PP que perfile y llene de contenidos su impreciso programa, y que para hacerlo escuche cuanto desde el sector podemos decirle. Sería una muestra de buena voluntad.

Ah, y transparencia, por favor.

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Parque cultural: vengan, conozcan y gocen… 2

El mundo vive momentos trascendentales, probablemente sin que quienes toman las decisiones  pero tampoco quienes las sufren, tengan plena consciencia de lo que parece que va a alumbrar este mal parto. Un mundo distinto, en el que se van a maltratar e incluso perder algunos de los derechos y conquistas duramente logradas en el siglo XX. Con toda probabilidad esas pérdidas se recuperarán…, con mucho trabajo, con mucho sudor, con algunas lágrimas. Y espero de corazón que sin sangre.

Por eso no es el momento de hacer de Don Tancredo, ese lance taurino consistente en esperar al toro sin moverse… a ver si pasa de largo. Es el momento de pensar el futuro, de recolocarse ante él: las personas, las organizaciones, los ayuntamientos, los estados… En todas las áreas. Por supuesto también en cultura.

Nada será como antes, tal vez ni siquiera peor. Será distinto, y la duda es si estamos preparados o si estamos preparándonos para ese nuevo panorama. A nivel macro,  como decía en el post anterior, los cambios también son oportunidades, y una de ellas afecta al papel de España en el mundo, y en concreto al aprovechamiento estratégico de sus fortalezas, la principal de las cuales tiene que ver con la  lengua y con la cultura, entendida esta vez esta última ampliamente: gastronomía, bienes de interés ecológico, arquitectura, museos, teatro,  sol, playa y monte… Estamos entre los cuatro o cinco primeros países del mundo en casi todo ello, y seguramente los ciudadanos ni saben de ese liderazgo. Y mientras despreciábamos esas fortalezas estratégicas, mientras considerábamos el español tan solo una lengua para andar por casa, la economía, el crecimiento, han estado asentándose en vender el suelo a precio de pelotazo, y construyendo -y vendiendo unos a otros- casas mal hechas, sin crear valor añadido alguno. De aquellos polvos, este lodo.

Definir España como marca turística y cultural a nivel mundial  no es únicamente una cuestión de marketing, aun siendo ello primordial. Es cuestión de que el conjunto del tejido productivo, y especialmente aquel que tiene que ver con los valores estratégicos de los que hablo, se ponga las pilas, adelgace si tiene que adelgazar, y engorde si tiene que engordar. Pero sobre todo que mejore su capacidad de crear, de mejorar su relación con los públicos, de innovar, de producir valor competitivo en un mundo que en esencia reclama calidad y diferencia.

Por eso lo de pensar España como un gigantesco parque temático cultural para el mundo. Un parque que si está bien diseñado, pensado para dar placer, conocimiento, experiencias y cultura a sus visitantes, a mí mismo me gustaría visitar.

Mi buen amigo y compañero de andanzas, Pedro Antonio García, durante tantos años uno de los hombres fuertes de Coca-Cola, y ahora embarcado en su propio viaje a Ítaca, escribe en su blog sobre este asunto con su habitual perspicacia y capacidad proyectiva, y aplicando a la tarea  todo su acumulado saber. Mucho. No os lo perdáis.

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España, ¿parque temático cultural? 1

Los presupuestos que las instituciones públicas destinan a cultura se encuentran en estos momentos en caída libre. Los políticos corren de esquina a esquina tapando huecos y cambiando de destino partidas de una caja que no puede hacer frente a tanto gasto y tanta deuda acumulada.

El Observatorio de la Cultura de Fundación Contemporánea menciona en su reciente estudio el 20% de reducción para Cultura. El Observatorio se queda claramente corto porque las caídas de las que existen noticias de cientos de ayuntamientos de toda España sitúan la reducción en cifras cercanas al 40%. Y es comprensible, dado que los políticos –como los malos actores- elaboran sus líneas de acción con un ojo en las quejas de sus votantes –sus públicos- y éstos andan mucho más preocupados por el alimento del cuerpo que del alma.

La estrechez de miras desde el primero al último de nuestros responsables políticos es tan grande que no acaban de percibir el enorme valor estratégico de la cultura para un país como el nuestro. Con la segunda lengua de relación del mundo, con una infraestructura turística –y gastronómica– líder mundial, con un capital histórico-artístico como el que tenemos (museos, conjuntos, arquitectura…), y con una creatividad potentísima que hay que convertir en tejido empresarial, España podría hacer de la cultura un epígrafe económico decisivo.

Pero ello implica una decisión estratégica, una apuesta de futuro, que empieza por no regatear financiación en estos momentos a uno de los sectores con más proyección de nuestro país. Hay algunos ámbitos económicos en los que por muchos recursos  que destinemos jamás podremos competir en el mundo; hay otros ámbitos en los que el esfuerzo y en concreto financiación para programas de I+D + i (investigación, desarrollo e innovación), podría dar a medio plazo una rentabilidad enorme. La energía renovable, el turismo y la cultura son algunos de ellos.

Al sector le toca trabajar, exigir, luchar para hacer videntes a los que, ciegos, se empecinan en mirar a los lados o hacia atrás en vez de hacerlo hacia delante. Y el éxito siempre está allí. ¿Tal vez en asumir el papel estratégico de ser uno de los mejores parques temáticos del mundo?

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Mascarell, Ministro de Cultura

Se me ocurren varios ministerios que suprimir antes que el de Cultura, si atendemos a su utilidad, claro. Demagogias baratas aparte, la propuesta recurrente, casi siempre emitida desde posiciones nacionalistas, salta de nuevo esta vez de la mano del conseller de Cultura de la Generalitat Ferrán Mascarell. Otros aplauden con sus orejas neoliberales porque de llevarse a cabo la medida, dejaría la Cultura en su conjunto más cerca de ser regida en exclusiva por el mercado.

En realidad, mi opinión sobre este tema es que el Ministerio de Cultura debería recuperar algunas de las competencias entregadas a la gestión autonómica y  algunas nuevas que incrementaran notablemente su peso en la política nacional y en la presencia de la cultura española en el exterior. Más madera; no menos.

Aun jibarizada la acción cultural central,  es hoy insustituible. Entren en la web del ministerio y vean sus competencias y líneas de acción. Y vean si no se les ocurre a algunas más que asumir. Incluso que compartir con otros ministerios, como ocurre con el de Exteriores y el Instituto Cervantes.

La clave de la decisión es si estamos hablando de un país o de una confederación a la que nada une sino el nombre. Y solamente desde posiciones cercanas a la aldea gala de Asterix se defenderá que lo que hoy se denomina España es tan solo una suma de peculiaridades, y niegue el potentísimo común denominador cultural, lingüístico e histórico por el que somos reconocidos en el mundo. Basta ya de dar más relevancia a la diferencia que a  lo que une.

Por eso es imprescindible e insustituible una institución consciente de que la cultura, la lengua, las industrias culturales, e incluso las diferencias culturales internas, han de ser convertidas en política cultural que nos haga querernos y conocernos más a quienes vivimos dentro de las fronteras españolas, y que haga conocer mejor a los españoles y tener más presencia a su cultura fuera de ellas. Sea cual sea el nombre que reciba la institución.

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El ayuntamiento de Gijón no canta zarzuela

La relación de la Política con la Cultura es un terreno minado de bombas. Las instituciones siguen viendo la acción cultural como un ámbito de rentabilidad electoral y muy pocas veces como terreno de desarrollo estratégico de los ciudadanos a los que afirman servir. Para la cultura, por otro lado, la política ha sido, y sigue siendo no pocas veces, el horizonte económico en el que busca su seguridad gracias a la financiación pública. Mal.

Una de esas polémicas minas ha estallado una vez más, y de modo escandaloso, con el nuevo ayuntamiento de Gijón. Nada más tomar posesión, la nueva corporación “popular” ha decidido suprimir su aportación –humilde, por otro lado- para el Concurso Internacional de Zarzuela que caminaba hacia su segunda edición tras una primera de éxito. Es de por sí mezquino reducir presupuestos con los más débiles y necesitados; pero  es, sobre todo, que los argumentos empleados son revanchistas y barriobajeros. Basados en acusaciones de partidismo por parte de un equipo de gobierno que quiere hacer tabula rasa con la acción de la anterior corporación.

La Fundación Ana María Iriarte, dedicada a promocionar la lírica y en particular la zarzuela, es la impulsora del concurso y la financiadora privada de la mayor parte de su presupuesto. Encabezada por una de nuestras cantantes históricas, ha visto cómo por vía postal y sin previo aviso, se cercenaba uno de los poquísimos espacios de promoción de la zarzuela en España.

Salvar la cultura del debate político pequeño, y llevarla a las cimas de acuerdos estratégicos de los grandes partidos; convertir la cultura en más ámbito de desarrollo ciudadano y menos espacio de exhibición de poder; hacer de nuestra cultura, asentada en el segundo idioma más importante del mundo, una herramienta de primera magnitud en la acción exterior…

Y, por favor, olvidarse de las querellas, pequeñas venganzas, y míseras utilizaciones.  Y si algún proyecto existente no se acomoda a las líneas de los nuevos equipos políticos, debe ser tratado con elegancia, con altura de miras, con dignidad, con educación. Incluso para dejar de apoyarlo.

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Ángeles: dile algo a Leyre, porfa

Acordemos –con una enorme tristeza, eso sí- que en el actual gobierno la densidad de talento político no es especialmente deslumbrante. A la escasa competencia de la ministra del ramo cultural, ya mencionada en este blog en otras ocasiones (la última a propósito de la ley que lleva su apellido), se une cual elefante en cacharrería la de Sanidad. Leyre Pajín, a falta supongo de temas más relevantes a los que meter mano, dedicó una perla a la Cultura, cuando afirmó que la Ley “antitabaco” debía cumplirse también en los escenarios. La ministra daba por buena la denuncia de un espectador del musical Hair en el que se fuma (la obra va de la época hippie, como para no echar humo). La ministra sugirió que dadas las habilidades de interpretación de los actores y actrices, debían interpretar que fumaban.

Es la expresión de un radicalismo inculto y puritano, incapaz de convivir con la diferencia y los diferentes. Supongo que ni Arthur  Miller podría hacer una buena obra breve sobre este tema que de verdad no da como para la crítica  a la inquisición contenida sabiamente en Las brujas de Salem.

Ángeles, dile algo a Leyre, porfa.  Dile que el arte, y la creación, la Cultura como forma socializada de ambas, es un espacio de libertad indiscutible en democracia, y que lo más lejano de la libertad es ocultar la realidad, la diversidad.

Que sí, que Bogart fumaba en escena, pero que hacía obras de arte.

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