
Madrid Destino, la empresa municipal de gestión dedicada a la cultura, el turismo y la rentabilización de espacios, estará en el futuro inmediato en primer plano del debate sobre la política cultural y, más allá, sobre el modelo de gestión municipal. Y es que, probablemente una de las medidas más relevantes tomadas hasta ahora por el equipo de Manuel Carmena, al frente del ayuntamiento madrileño, sea el nombramiento de Santiago Eraso para Madrid Destino Cultura, Turismo y Negocio. Un nombramiento que, para quienes hemos seguido su firme y brillante recorrido previo en Donostia, augura una reorientación profunda de la empresa pública municipal.
En un país con una estructura pública fuertemente funcionarizada y en el que las administraciones públicas tienen grandes trabas y controles que las hacen en ocasiones poco operativas, la creación de empresas públicas se ha ofrecido históricamente como un instrumento alternativo de gestión de lo público, más eficiente y más flexible para dar respuesta rápida a las necesidades ciudadanas.
En una entrevista para eldiario.es publicada el 26 de julio, Eraso se refiere a Madrid Destino como una “empresa que se creó para favorecer la liberalización de las políticas culturales”. La práctica confirma el aserto y probablemente este tema sea el corazón del debate en torno al sentido de esa empresa pública municipal.
Las empresas públicas –las administraciones públicas- deben tener como guía el servicio al ciudadano, y en un paso previo, ser un instrumento de gestión técnica y profesional al servicio de la política cultural del equipo de gobierno, siempre en el marco del servicio público al que debe ser útil. No olvidemos que la Constitución fija la obligación a los poderes públicos de promover la cultura. En otras áreas de la actividad económica, en las que la acción privada no encuentra estímulo o beneficio inmediato, como por ejemplo las infraestructuras de comunicación y transporte, la energía, la sanidad, la educación…, las empresas públicas han de responsabilizarse de que los servicios correspondientes queden garantizados para los ciudadanos. En el ámbito de la cultura –y en todos los ámbitos- este tipo de herramientas de gestión corre el peligro de convertirse en un instrumento de ahorro y de comportarse acríticamente como demande el mercado.
La fusión hace unos años de Madrid Arte y Cultura S.A. (Macsa), Madrid Visitors & Convention Bureau, y Madrid Espacios y Congresos, dio a luz una enorme, disforme y poco operativa empresa, carente de personalidad, de misión e incapaz de transmitir a los ciudadanos su propio sentido. El mensaje principal de la fusión era indudable: ahorrar, crecer y ganar dinero; criterios básicos de cualquier empresa…, privada.
La captación de recursos, la gestión de alquileres y patrocinios, el abaratamiento a toda costa de los costes, llevó incluso a transmitir que era mucho más importante el beneficio económico que el social. Así, junto a cosas positivas relacionadas con el aumento de la eficiencia, se pusieron en juego principios mercantiles impropios en un servicio público. Este último, el beneficio social –por encima del económico-, es la guía fundamental de toda política cultural y toda herramienta que sirva para implementarla. Y en eso es en lo que probablemente se ha fallado: en la dirección y estrategia, en los objetivos, en la misión de Madrid Destino. Mal que, como decía, creo que acompaña a su nacimiento.
Si alguien me preguntara cuáles debieran ser los primeros pasos, qué tres o cuatro cosas debiera acometer Madrid Destino frente al espejo en estos sus compases iniciales, le contestaría lo siguiente:
Primero, separar orgánicamente las áreas de actividad, para reducir su tamaño y hacer más operativas las empresas resultantes. La transversalidad que debe ser característica de toda política cultural no es óbice para adecuar estructuras, equipos, tamaños… a la misión de cada empresa municipal resultante. La puesta en valor de espacios como el Palacio Municipal de Congresos o la Caja Mágica tiene poco que ver con la gestión del Teatro Circo Price o Veranos de la Villa, por poner un par de ejemplos de choque. Más en común tienen las áreas de turismo y cultura pero creo que cada cual tiene la suficiente personalidad como para caminar por separado, la primera para mejorar el posicionamiento nacional e internacional de Madrid, lo que la vincula a sectores económicos; la cultura para hacer de ella un elemento de mejora ciudadana y de orgullo.
Segundo, marcar una misión para cada una de ellas que, por delante de la eficiencia o el impulso económico, recoja su papel de servicio público por encima de cualquier otro. La actividad de las nuevas empresas municipales debe poner en primer plano el servicio y la satisfacción de las necesidades de los ciudadanos, muy por encima de consideraciones económicas. Prestar mejores –los mejores- servicios que permitan los presupuestos y buscar el beneficio social: esos son los retos prioritarios no instrumentales.
Tercero, fijar unos criterios de financiación que recojan todas las fuentes posibles. Ciertamente, las empresas municipales no tienen por qué establecer sus presupuestos exclusivamente a partir de los fondos públicos. Una adecuada gestión comercial de sus espacios, un más hábil, generoso e inclusivo empleo del patrocinio, la autofinanciación basada en la venta de servicios y entradas…, deben ser compaginados sabiamente. Pero la mezcla resultante, que sin duda ha de buscar la máxima autonomía, deberá mirar constantemente al cumplimiento de su misión de servicio público.
Cuarto, pasados los primeros tiempos de la nueva gestión, someterse en sus puestos directivos al modelo de contratación abierta, transparente, por concurso y con programa. Entiendo que el equipo de gobierno esté urgido por hacer frente a un sinnúmero de tareas, muchas de las cuales –estoy razonablemente convencido- no entraban en sus previsiones. Pero los modos y las formas son esenciales y la elección de los directivos de las empresas públicas –y de los teatros, de los centros culturales, de los museos, de los festivales…- debe estar sometida a modelos democráticos de elección.
Es tarea prioritaria la reconducción de la política municipal madrileña al concepto de servicio cultural, alejada de la rentabilidad como condicionante esencial, y del rasgo espectacular en la programación de contenidos como criterio de éxito. Probablemente la situación de las arcas municipales no permita grandes alegrías e inversiones en el inmediato futuro, pero como recuerda Santi Eraso poniendo de ejemplo el festival de jazz de San Sebastián –Heineken Jazzaldia- hay que explorar fórmulas para conjugar todas las energías sociales en beneficio de recolocar la cultura como servicio, y al ciudadano como destinatario y protagonista de ese servicio reconocido como tal por la Constitución.
En la reorientación del rumbo va a contar con el apoyo apasionado de muchos creadores, de muchas organizaciones culturales, de muchísimos ciudadanos y de todos cuantos creemos en la cultura como palanca de transformación individual y social. Y de los que creemos también en las oportunidades que algunas herramientas empresariales ofrecen a la cultura.
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